Gaspar Mejías es un joven estudiante de magíster con raíces chileno-holandesas que, a inicios de 2024, llegó al Laboratorio de Ecología Molecular (LEM) de la Universidad de Chile en Santiago para realizar una pasantía. Lo que comenzó como una experiencia en el laboratorio, pronto se transformó en una travesía inolvidable: dos meses acampando en isla Nelson, estudiando aves marinas y pingüinos en uno de los ecosistemas más extremos del planeta. En esta crónica, Gaspar nos comparte -con mirada curiosa- cómo fue hacer ciencia en la Antártica siendo parte de una expedición internacional.

Hola, soy Gaspar, y esta es mi aventura científica en el continente blanco. Mi padre es chileno y mi madre holandesa. Crecí en Velserbroek, un hermoso pueblo en los Países Bajos. Gracias al Instituto Milenio BASE, tuve la oportunidad de estar más cerca de mi familia en Chile y realizar una pasantía en el Laboratorio de Ecología Molecular (LEM) de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile en Santiago, bajo la supervisión de la Dra. Léa Cabrol y la Dra. Julieta Orlando.
Mi primera experiencia en el Instituto consistió en investigar cómo las variaciones de temperatura afectan el microbioma de erizos de mar, como parte del proyecto de doctorado de Melanie Delleuze. Fue un trabajo desafiante pero enriquecedor, me permitió hacer grandes amistades dentro del laboratorio y participar en el Congreso Científico Antártico SCAR, realizado en Pucón en agosto de 2024. ¡Qué paisajes tan impresionantes tiene el sur de Chile!

Esa primera etapa llegó a su fin, pero yo aún no había terminado con el Instituto Milenio BASE. Como parte de mis estudios, debía realizar una segunda investigación, y esta vez el foco estaría en uno de los animales más icónicos del continente antártico: los pingüinos.
En noviembre de 2024 partí rumbo a Punta Arenas, punto de partida de nuestra expedición a la Antártica. El equipo, liderado por el Dr. Lucas Krüger– investigador del Instituto Antártico Chileno (INACH) y del Instituto Milenio BASE- también estaba compuesto por Eduardo Pizarro, Francine Cezar Bandeira Timm y Miguel Leonetti Corrêa. Acampamos durante dos meses en isla Nelson, específicamente en Punta Armonía. La travesía comenzó a bordo del buque Aquiles de la Armada de Chile, navegando por el temido paso Drake, considerado uno de los mares más peligrosos del mundo. Las olas alcanzaban los cinco metros y las tormentas eran intensas. Al cuarto día despertamos rodeados de icebergs e islas completamente cubiertas de nieve: estábamos en la Antártica.
Desde el barco, un helicóptero nos trasladó hasta el sector oeste de la isla Nelson, donde nos esperaba un antiguo refugio argentino. Éramos las únicas personas en toda la isla. Nuestra carga —carpas, comida y equipamiento— fue dejada en una playa lejana, y nos tomó una semana trasladarla hasta el campamento. La primera noche dormimos en el refugio con lo esencial, bajo una fuerte tormenta de nieve. Con el paso de los días y a pesar del mal clima, logramos montar todo el campamento.
Una vez instalados, comenzamos el trabajo científico. Inicialmente estudiamos a los petreles gigantes y mapeamos la zona de Punta Armonía con drones. Cuando los polluelos de pingüino estuvieron lo suficientemente crecidos, trabajamos con las colonias de pingüinos papúa y barbijo. Permanecer dos meses en ese entorno fue una experiencia transformadora. Nunca me había sentido tan inmerso en la naturaleza. Nuestro campamento estaba al lado de las colonias de pingüinos, rodeado de lobos y elefantes marinos, aves imponentes y, en muchas ocasiones, ballenas que podíamos observar desde la puerta de la carpa.

Creo que en una expedición como esta es fundamental con quién compartes la experiencia. Tuvimos un grupo increíble: nos apoyamos, cocinamos juntos, compartimos historias y muchas risas. Celebrar Navidad y Año Nuevo rodeados de nieve y vida silvestre fue algo que nunca olvidaré.
Convivir con esta fauna día a día te permite comprender lo inteligentes, cariñosos y frágiles que son estos animales. Pudimos observar cómo los petreles gigantes y los pingüinos cuidaban de sus crías desde el huevo hasta su adolescencia. Esa conexión profunda con la vida silvestre me dejó una fuerte convicción sobre la importancia de proteger estos ecosistemas.
Después de tantos días en la isla Nelson, la despedida fue difícil. Partimos a bordo del buque Karpuj del INACH rumbo a Villa Las Estrellas, donde descansamos unos días antes de regresar al continente. Me voy con una inmensa gratitud por las personas que conocí, las experiencias vividas y los paisajes que me acompañarán siempre. Ahora, la investigación continúa en Santiago. ¡Hasta pronto Antártica!
Por Gaspar Mejías.
Estudiante de magíster de la Universidad Libre de Ámsterdam y de la Universidad de Chile, también afiliado al Instituto Milenio BASE.
Foto portada: I. Milenio BASE / Constanza Barrientos